martes, 14 de agosto de 2012

A quien no le guste, que no mire

Terminó el instituto y lo único que necesitaba era olvidarme de todos los problemas, de todos los enfados, de los estudios, de la gente que pensaba que me apreciaba aunque solo fuera un poco, pero que por una tontería se enfadaba. Necesitaba urgentemente olvidarme de todo, desconectar del mundo real, en el que absolutamente todo, me hacía daño, me destrozaba por dentro y no me dejaba seguir viviendo.  Solo podía confiar en una persona, y aun así no tenía valor para contarle todo el daño que me estaba haciendo la gente. Pero un día mis padres me dieron la mejor noticia que me podría haber dado nadie en ese preciso instante, me lo dijeron en el mejor momento para que no me sobrecargara e hiciera alguna estupidez. Me iba de campamentos, a unos campamentos en los que no iba a tener ni Internet ni teléfono ni nada, no conocía a la gente que iba a ir al campamento, no sabia lo que me iba a encontrar cuando llegara allí. Así que la semana antes de irme empecé a preparar todo para pasar quince días en lo que iba a estar incomunicada de la vida real. 
Por fin llegó el día, el 16 de julio de 2012, me desperté y puse rumbo para el campamento, en el que conocí a veinticinco chicos y chicas de Madrid y a un chico, que dió la casualidad que también era de Albacete. En total eramos veintisiete, trece chicos y catorce chicas. En menos de un día, todos nos hicimos amigos, algunos ya se conocían, y otros, como yo, íbamos sin conocer a nadie, pero eso no fue impedimento para que desde el primer momento fuéramos un grupo irrompible. Y día tras día nos conocimos más y más, hasta llegar un momento en el que si no estabamos los veintisiete se notaba y no era lo mismo. Fueron pasando los días y cada vez se hacían más cortos y quedaba menos para irnos de aquel precioso lugar. Conocimos a gente de otros campamentos, y cuando se fueron, se notaba que faltaba algo, ya no había tanto escándalo en el comedor y cuando salíamos de allí no estaban ellas para pasarnos media hora hablando. Nos quedamos solos en el campamento. Pero eso no fue ningún obstáculo para que no la liáramos ni lo pasáramos genial los veintisiete juntos, y sin olvidar a los cinco monitores que hicieron que los quince días fueran inolvidables. Cuando llegó la última noche, no podíamos dar crédito de que el campamento había pasado tan deprisa y de que dentro de veinticuatro horas no estaríamos juntos, no seriamos la gran familia que habíamos formado en tan poco tiempo. 
A la mañana siguiente, todo eran lágrimas y despedidas, y cuando vimos que el autobús que les llevaba a Madrid llegó, se nos echó el mundo encima, porque en ese mismo momento nos dimos cuenta de que todo había acabado ya, de que ese mismo día, a la hora de comer, ya no estaríamos comiendo todos juntos en el comedor de Los Palancares, si no que estaríamos cada uno en su casa, con su familia. No pudimos remediarlo, casi todos estábamos llorando y lo más duro fue despedirnos y saber que seguramente no nos volviéramos a ver, pero ya no había vuelta atrás. El autobús se puso en marcha por la carretera, y dejó en el campamento miles de lágrimas, y momentos impresionantes que nunca ninguno de nosotros va a olvidar. 
En el campamento solo quedábamos los monitores, el chico de Albacete y yo. Todo aquello estaba desértico, no se oía nada en comparación con días atrás en los que estaríamos haciendo los talleres y escuchando música, en ese momento solo se escuchaba a los pájaros que piaban como siempre. Cuando se fue el chico de Albacete me dí cuenta de que ya todo había acabado para siempre, nunca más íbamos a volver a estar todos juntos. Puede que coincidamos algún día por Madrid o por Albacete, pero todos juntos va a ser imposible. Lo más duro fue despedirme de los monitores que me trataron genial, pero lo tuve que hacer, así que me despedí y puse rumbo a Albacete donde todos los problemas me estaban esperando. Pero cuando volví a mi tierra, yo había cambiado, el campamento me cambió por completo, me hizo olvidarme de todo lo que me estaba destrozando por dentro antes de irme y me hizo crecer como persona y darme cuenta de que valgo más de lo que me pensaba. Me prometí que nunca volvería a estar mal por algo o alguien que no valiera la pena y que lo único que quiere, es hacer daño y hacerme cada vez más pequeña, y lo cumpliré. Estos quince días me han hecho mucho más grande y nadie me va a volver a torear como alguna que otra vez lo han hecho. He cambiado y ha sido gracias a estas treinta y una personas que me han hecho verme como en realidad soy y a valorarme como persona. Y que a quien no le guste como soy ahora, lo tiene fácil, que no mire.